El parque del Distrito Este. Capítulo 1

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El hijo del Jefe del Distrito Este falleció cuando acababa de cumplir 13 años. El Jefe del Distrito, como era de suponer, nunca fue el mismo. Poco después de perder a su hijo, decidió que se mudaría a un piso en el centro y que vendería la casa familiar. Oficialmente, la razón de su decisión fue que el mantenimiento de la casa, en realidad casi un palacete, era innecesariamente costoso ahora que estaba solo. Aun así, ninguno de sus colegas dudó de que el verdadero motivo de la mudanza fueran los pesados recuerdos que inundaban las estancias, la mayoría de las cuales estaban ahora permanentemente a oscuras. La última de las que el Jefe del Distrito recorrió en busca de objetos que mereciera la pena empaquetar fue, claro está, la habitación de su hijo. Sin embargo y para su sorpresa, no le resultó una tarea tan difícil como había imaginado, ya que le llenó de una sensación extraña y revitalizante: el descubrimiento de un nuevo propósito. Primero se sentó en la cama y olió la almohada, aún amarada del perfume febrino que dominó la estancia en las últimas horas de Kuttu. Contrariamente al deseo expreso del joven, él nunca podría dejar de culparse por no darse cuenta de lo grave que era el resfriado que arrastró Kuttu durante semanas hasta que el médico les dijo que no había ya nada que hacer. Al mismo tiempo, sabía que debía submergirse en sus responsabilidades o terminaría perdiendo la cabeza, cosa que sus principios como Jefe del Distrito democráticamente electo no le permitían.

Entre los papeles de Kuttu, encontró varios bocetos inacabados de lo que parecían ser parques y jardines. Su imaginación siempre había sido muy viva. Ya desde pequeño había sabido crear sonrisas como la que ahora contrastaba en la cara del Jefe del Distrito con sus ojos llorosos mediante historias y descripciones de lugares fantásticos que casi parecían materializarse si uno cerraba los ojos al escucharle. Pero, a diferencia de esas descripciones futuristas e increíbles que solía repartir el chico entre sus conocidos, los parques que había empezado a diseñar sorprendieron a su padre por su madurez, su balance entre funcionalidad y simple belleza. Parecía que Kuttu estaba cambiando y había decidido concienzudamente emprender la tarea de imaginar lugares que pudieran algún día convertirse en una realidad. Al reverso de cada hoja, en la esquina inferior izquierda, el Jefe reconoció la retorcida letra de su hijo: “Sueño; 12 de marzo”, “Sueño; 20 de abril”, “Idea; 7 de enero”, ... ¿Cómo había guardado sus ambiciones en secreto durante tanto tiempo? ¿Qué era lo que pretendía hacer con todas esas ideas? En ese momento, el Jefe del Distrito Este le prometió a su hijo ausente que sus bocetos llegarían a traspasar el papel. Sin conocer el alcance real de su promesa, el Jefe del Distrito aceptó la misión vital por la que sería recordado.

Cuando se reincorporó al trabajo al lunes siguiente, lo primero que le dijo a su secretario fue que organizara una reunión al final de la semana con todos los alcaldes del Distrito. Lo segundo que hizo fue llamar al director de la Sección de Eventos del Distrito para ponerle al corriente de sus planes. Organizarían el I Concurso de Diseño de Parques del Distrito Este.

“Siéntese y tome nota”, le dijo al entrar. En primer lugar había que encontrar un solar disponible con las medidas adecuadas. Se proveería a los participantes con planos detallados del solar y una versión limpia de los bocetos de Kuttu y se les daría un mes para presentar sus proyectos, que deberían aunar los sueños del muchacho y sus propias creaciones. Aquellos que cumplieran con los requisitos del Concurso y las normativas urbanísticas del Distrito serían sometidos a votación popular en cada ciudad. Los votantes deberían valorar distintos criterios que aún había que concretar, pero que girarían alrededor de conceptos como la belleza general, la funcionalidad, la originalidad o la integración de las propuestas en el entorno previsto. Los ganadores elegidos por cada ciudad pasarían a la final, en que sus autores dispondrían de dos semanas para retocar y añadir detalles a sus diseños originales. El ganador final sería elegido, y aquí el Director de la Sección de Eventos empezó a preocuparse por la salud mental del Jefe del Distrito, por 13 residentes del Distrito menores de 16 años elegidos al azar. “Lo que oye, señor Tamparillas. Empiece los preparativos necesarios. Para mañana por la tarde quiero las bases redactadas y revisadas. El viernes informaremos oficialmente a los alcaldes, así que todo debe estar listo para entonces. Nada de excusas; la reunión ya se ha convocado. Gracias”.

Escoger el solar más parecido al soñado entre los posibles no fue difícil para el Jefe del Distrito, aunque sí para los miembros de la Sección Territorial, que se vieron obligados a dejar de lado el resto de sus obligaciones para cumplir con los inesperados y ajustados plazos que el Jefe mismo les impuso para identificar los posibles emplazamientos del futuro espacio público. Su estado de ánimo mejoraba con cada nueva orden que transmitía a sus subordinados. Fue la semana más ajetreada jamás vivida en la Dirección del Distrito Este, pero el Jefe sabía que también sería de las más gratificantes que compartirían. Los rumores sobre la salud mental del Jefe se extendieron rápidamente entre los empleados de todas las secciones, pero, al mismo tiempo, cada uno de ellos sentía en su interior cierto orgullo y emoción por la nobleza de la misión personal que mantenía aflote a un hombre que otramente, especulaban, se habría hundido rápidamente en el alcohol barato de cualquier barucho.

La Sección de Finanzas tampoco lo tuvo fácil para complacer al Jefe del Distrito. Asumir un proyecto tan ambicioso de manera tan inesperada era algo impensable sin financiamento externo. “Nada de patrocinios de grandes empresarios ni nada que se le asemeje. ¿Entiende, señor Poulin? Tenemos que demostrarles el poder de la unión de los ciudadanos corrientes”. El pobre señor Poulin, Director de la Sección de Finanzas, tuvo que trasladar sus deseos al resto de colegas y, aunque intentó rebajar el repentino tinte anticapitalista que parecía haber tomado el raciocinio del Jefe del Distrito, fue difícil justificar un rechazo tan incomprensible hacia ayudas exteriores aparentemente indispensables. El reajuste de los presupuestos oficiales del Distrito Este requirió el trabajo ininterrumpido del señor Poulin y los suyos, que accedieron a alargar sus turnos y que fueron compensados con tres días de fiesta y la felicitación personal del Jefe del Distrito en forma de un apretón de manos que casi les rompe las falanges, las falanginas y hasta las falangetas. Nadie le había visto sonreír tanto desde que tomó posesión del cargo como cuando le comunicaron por fin la viabilidad económica de su proyecto.

Capítulo 2